Temporada abierta

Por otro lado está el asunto de los aviones. Los aviones pequeños, esos que zumban casi en La Mayor. Constantemente.
Me preocupan.
El buen tiempo los saca de sus invernaciones y salen a repartir su polen de zumbidos.
Llenan mis orejas de nostalgia. Y me da rabia porque no me deja aquí. No puedo contra el zumbido que me lleva lejos, al otro lado del océano. Tras la cordillera alta y fría que aún intenta alcanzar el cielo.
Me preocupan los aviones pequeños y su poder sobre mis orejas.

Lo que no ven los ojos, tampoco lo ve el alma.

Como cartas atadas, para que no escapen los recuerdos.
Duele tanto, recordar. A veces.

Lo que ignora el alma, se llena de paraguas negros,
de cemento y de cables conductores de irrealidad.

Es como enterrar el sol en un ataúd negro.

Y olvidarse. A pesar de la foto pegada sobre la lápida.

Aquí ya no vuelan ojos.

Guardados en sus féretros de papel,
esperan su resurrexión.

Yo no sabía que la palabra desolación
significaba marcharse.

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