Lo que no ven los ojos, tampoco lo ve el alma.

Como cartas atadas, para que no escapen los recuerdos.
Duele tanto, recordar. A veces.

Lo que ignora el alma, se llena de paraguas negros,
de cemento y de cables conductores de irrealidad.

Es como enterrar el sol en un ataúd negro.

Y olvidarse. A pesar de la foto pegada sobre la lápida.

Aquí ya no vuelan ojos.

Guardados en sus féretros de papel,
esperan su resurrexión.

Yo no sabía que la palabra desolación
significaba marcharse.

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